DÍA
CERO: RESPLANDOR
Todo
ha sucedido tan rápido que apenas he podido captar con claridad el alcance de
los acontecimientos que han conducido a mi especie al límite de su resistencia.
Un cegador fogonazo ha recorrido cada célula de mi ser hasta que mi actividad
cerebral se ha llegado a paralizar el tiempo suficiente para tomar conciencia
de la posible pérdida de cualquier vestigio de vida aparte de la mía.
Días
antes de los terribles acontecimientos de hoy, de esa gran guerra contra los
alienígenas, las pocas naves dedicadas a la preservación y conservación de la
especie que habían sobrevivido durante la batalla, y viendo el cariz que tomaba
la extrema situación bélica, me trasladaron a los confines de la galaxia dejándome
en un oscuro túnel de un perdido asteroide, con los víveres y medios
suficientes para sobrevivir durante algunos años. Sé que a algunos otros
congéneres también los habían trasladado a algún otro lugar remoto, con la
esperanza de venir a recogernos en el mejor de los casos, o de que tuviéramos la suficiente autonomía para intentar un último intento de supervivencia, en el
peor de los casos.
DÍA
UNO: EXPERIENCIA SENSORIAL
Tras
cientos de generaciones, guerras y luchas fratricidas, la población por fin
aprendió a convivir entre sí en total armonía. Tuvieron que pasar innumerables
siglos hasta que, tras la casi aniquilación de nuestro planeta natal, comprendimos que la única vía de salvación
era la empatía y no la destrucción; la hermandad y no la venganza; la
cooperación y no la competencia. Se perdieron millones de vidas antes de comprender que el objetivo de nuestra
existencia no era el poder ni el dominio sobre los demás, sino la supervivencia
en su más digno valor. Como cualquier organismo vivo que funciona como un todo,
entendimos que cada una de las partes debía necesariamente comunicarse con las
demás para conseguir el objetivo de la existencia: sobrevivir y reproducirse. Al fin y al cabo, no era difícil entender que
no éramos diferentes de otros organismos vivos con los que compartíamos el
espacio, y que dichos seres habían llegado a pervivir en el tiempo gracias a no
ser depredadores de sí mismos. Nuestra especie sí lo había sido durante siglos,
embarcándose en guerras territoriales constantes, cuando no en las grandes
guerras globales, y en conducir al planeta hacia una progresiva degeneración;
así fue hasta que todas nuestras reservas naturales nos dieron el último y
definitivo aviso.
Debido
a este obligado cambio en nuestras conciencias, nuestra especie comenzó a
experimentar ciertos cambios que se hicieron patentes varias generaciones más
tarde. Al no dedicar nuestra existencia a la competencia, sino a la
cooperación, nuestra estructura cognitiva, y por ende nuestro cerebro, sufrió
paulatinamente ciertos cambios. Los científicos atribuyeron dichos cambios a
que las conexiones neuronales, que durante siglos había ocupado nuestras mentes
en una lucha constante por sobrevivir, ahora ya no eran necesarias y fueron
creándose nuevas conexiones con otros fines. En su lugar se crearon nuevas
capacidades cerebrales y la más importante de ellas fue la comunicación entre
individuos. En un principio dicha comunicación se plasmó en difusas conexiones
telepáticas entre personas de la misma familia o con estrechas relaciones. Poco
a poco esa comunicación telepática se amplió a grupos más extensos, llegando un
momento en el que ya no era necesario utilizar más lenguaje que el del
pensamiento.
Tras
varios siglos, este fenómeno llegó hasta el nivel más amplio de comunicación
posible: nuestra especie pensaba como un solo individuo y cada individuo
pensaba como la totalidad, de tal modo que todos los pensamientos eran sólo uno
y todas las decisiones trascendentales estaban unificadas en una única
conciencia. A dicho fenómeno le llamamos la Conciencia Global. Gracias a esta
conciencia, nuestro cerebro continuó desarrollando nuevas y maravillosas
capacidades, de tal modo que el siguiente paso era lógico: explorar nuevos
mundos. La tecnología que la especie había desarrollado, gracias a la
simplificación de las capacidades cognitivas dedicadas a la supervivencia era,
sin embargo, altamente compleja. Libre de ataduras morales y de ambiciones de
poder, ya que la cooperación era nuestra única guía, la especie pudo dedicarse a emplear todos sus
conocimientos, almacenados en todos y cada uno de los individuos, en configurar
máquinas cada vez más complejas y funcionales. De ahí a que dichas máquinas se
combinasen con estructuras biológicas sólo fue un paso. Biología y tecnología fueron
asociadas como una unidad inseparable, creando nueva vida y desarrollando
nuevas capacidades.
La
creencia en los Dioses tardó más de un siglo en llegar a nuestras vidas, pero
no como una religión, sino como un acuerdo de unificación que trascendía más
allá de la vida física. Libres de aquel atávico sentimiento religioso que durante
siglos nos había amarrados y presos de diferentes deidades y que nos mantuvo
divididos en aquellos oscuros años de guerras, guerras que en muchas ocasiones
eran creadas precisamente por esas diferencias religiosas, entramos en un
pensamiento ateo global. Ningún individuo mantenía en su mente ninguna idea de
deuda con alguna entidad externa e intangible que no fuese la comunidad.
Pero
con el tiempo, un sector de la población fue desarrollando una cierta
satisfacción al pensar en algo más allá de la vida física. Al fin y al cabo,
cada muerte individual no se sentía como muerte, ya que el pensamiento era un
Uno y un Todo al mismo tiempo. La muerte se percibía como si se apagase una
bombilla en un árbol de Navidad. Las demás seguían su cometido: mantener
iluminado al árbol. Pero el sentimiento de pérdida seguía, en cierto modo, en
nuestra psique, así que la creencia en una vida más allá y, por tanto, en unas
entidades superiores que acogiesen a nuestros seres queridos, se convirtió en
una idea atractiva e inocua. La Conciencia Global no sentía una gran pérdida
por la muerte de cada individuo, pero con la creencia en esos seres superiores
o dioses, cada individuo guardaba un rescoldo de sentimientos de agradables
hacia sus seres desaparecidos.
DÍA
DOS: SOLEDAD
Pero
en este nuevo día tras mi transporte a este asteroide me pregunto con amargura
por qué nos han abandonado los dioses dejándonos encerrados en esta
claustrofóbica oscuridad. No siento ningún pensamiento de nuestra Conciencia Global.
Intento rastrear cualquier atisbo de comunicación pero no encuentro nada. Es
como si ningún congénere hubiese existido jamás.
Siento
soledad, algo que no conocía, pero que mi especie guardaba el algún rincón
perdido de la Conciencia Global. Y ese sentimiento es atroz y difícil de
soportar. ¿Por qué los dioses no se han mostrado cuando más los necesitábamos? ¿Qué
puede sustituir a esta Nada que me atormenta?
Es
cierto que tengo víveres para sobrevivir, tanto yo como el bebé que estoy
esperando. Y que el lugar en el que me han dejado reúne todas las condiciones
físicas para aguantar durante años, pero esta soledad se torna en una negrura
infinita y no creo que, aunque sobreviviese, llegue a soportarla.
Por
más que acudo a toda mi capacidad de comunicación no consigo encontrar ninguna
respuesta y termino amodorrada en un interminable sollozo en el que no paro de
preguntar ¿hay alguien ahí?
DÍA
TRES: BÚSQUEDA
Hace
unas diez horas sentí una presencia en el asteroide. Mis perceptores
sensoriales captaron vibraciones y movimientos que no dan lugar a dudas: algo
se mueve en la superficie del asteroide y no tengo buenos presentimientos. Los
contactos que siempre hemos mantenido con otras especies alienígenas han
terminado en un alto porcentaje de casos en enfrentamiento. El miedo a lo
desconocido es el primer instinto que actúa en cualquier especie. La defensa es
el segundo. Y que el ataque es la mejor defensa, no es una reacción exclusiva
de una especie, si no el denominador común de aquellas menos evolucionadas.
Solamente aquellas especies como la nuestra, que hemos entendido el universo
como un lugar de conocimiento y aprendizaje inabarcable, no contamos con ese
instinto de defensa automática. Ante cualquier contacto con otra especie
exterior, intentamos por todos los medios comunicar nuestras pacíficas
intenciones. Solamente cuando detectamos que dicha comunicación es inútil
debido a su débil nivel de inteligencia o a sus claras muestras e intenciones
de agresividad, es entonces cuando nos replegamos y anteponemos el
mantenimiento del estatus quo a cualquier tentación de explorar su mundo por
medios violentos, aun sabiendo de nuestra superioridad militar.
Pero
algo me dice que lo que se mueve ahí fuera no ha llegado hasta aquí con
intenciones exploratorias. Sé que su misión es la búsqueda y que esa búsqueda
soy yo. No sé si es un simple depredador o un viajero cuyas capturas son posteriormente
recompensadas, pero lo que sea que haya allá afuera tiene como objetivo
encontrar lo que viene a buscar porque sabe que se encuentra aquí. Este
asteroide es como un guijarro perdido en este infinito universo. Una gota de
agua en un océano. Y dentro de esa gota yo soy el único átomo de vida. Lo que sea que está ahí fuera quiere obtener
como recompensa esta mi vida.
DÍA
CUATRO: SIN ESPERANZA
Hace
rato que el miedo se ha apoderado de mi. Escucho los movimientos de ese ser que
se acerca por los pasillos del túnel que conducen hasta mi estancia. Además, mis
antenas llevan desde hace un tiempo detectando el calor y las partículas de un
ser vivo. Recorro mi oscuro cubículo con mis dos patas inferiores, mientras
sujeto con las otras cuatro patas el diminuto capullo de fina membrana con la
criatura que se encuentra en estado larvario en su interior. Es imprescindible que
este bebé nazca como esperanza de la continuidad de mi especie. Presiento que
es nuestra última oportunidad. No sé si otras congéneres mías han logrado
sobrevivir, pues éramos pocas el día que nos condujeron a los distintos y recónditos
lugares de salvación de la especie. Soy una de las últimas reinas de una
estirpe amenazada. Mi articulado abdomen cimbrea y se retuerce nervioso ante
una desesperanzadora incertidumbre. En pocos minutos lo que está ahí fuera, ya
cerca del lugar en donde mis congéneres me depositaron con un único y
desesperado fin, entrará aquí. Entonces serán mis ojos compuestos de varios
miles de unidades ópticas, los que descubran la forma de vida que está
buscándome.
El
final de mi especie es un hecho que mi aterrada mente no quiere aceptar. Acaba
de entrar en la estancia el ser perteneciente a una especie alienígena que
habíamos encontrado en el universo y que, pese a todos nuestros avances
tecnológicos, fue la única capaz de vencernos y exterminarnos. No les
provocamos de ningún modo para que ocurriera tal cosa y ninguna de nuestras
acciones o reacciones fueron amenazantes. Cuando, en una de nuestras miles de
exploraciones espaciales, encontramos su planeta, emitimos una comunicación hacia
ellos cargada de connotaciones pacíficas, ya que no conocíamos su lenguaje.
Entonces esperamos impacientes una respuesta y esta no se hizo esperar. En dos
días, más de un millar de naves llegaron vertiginosamente hasta nuestra nave
exploratoria. Sus proyectiles dejaron claras sus intenciones, y aunque nuestra
nave no era susceptible de sufrir daños graves, intuimos que habíamos abierto
la caja de Pandora. Miles de naves más, partieron de su planeta persiguiéndonos
y esas naves ya sí tenían una implacable capacidad destructiva. Sin embargo no
utilizaron dicha capacidad para destruirnos. En lugar de ello, rastrearon todo
nuestro trayecto y el lugar de origen de nuestra civilización. En pocos meses
pudimos comprobar cómo destruían cada una de nuestros planetas y colonias.
Nuestra flota estelar se mostró insuficiente para contener tal ataque y
entonces el alto mando decidió trasladar a las pocas reinas que éramos a
lugares seguros con el fin de apostar por el futuro de nuestra supervivencia.
Bien,
este futuro ha llegado a su fin. Mi vida y la de mi progenie están en manos de
unos alienígenas. El ser que acaba de entrar en la estancia en donde me
encuentro junto a mi bebé, es un Ser Humano.
EPÍLOGO
Informe
del comandante Bruce Foreman al alto mando de la base militar en Júpiter:
“La
misión encomendada a nuestra flota ha concluido satisfactoriamente. Todas las
colonias alienígenas han sido exterminadas. Las reinas de dichas colonias han
sido rastreadas y perseguidas hasta sus escondites donde han sido eliminadas. No
queda rastro de su civilización, si ello podía llamarse así. El proyecto
iniciado hace dos siglos de inculcar en un individuo alienígena la idea de
creer en dioses, fue decisivo para evitar que dicha especie evolucionase lo suficiente
para haberse convertido en un enemigo imbatible. Si se me permite decirlo,
dichos seres se parecían demasiado a las hormigas como para no provocar
repulsión. No sólo ha sido una misión, sino un placer. Cuando vuelva a casa
repondré los insecticidas.”